"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

viernes, 4 de febrero de 2011

CURRICULUM VITAE (4)

LEER.
Se que voy a parecer presuntuoso o inmodesto, pero una de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia, es el descubrimiento del placer de la lectura. No me acuerdo cuando aprendía a leer, pero supongo que me enseñaron en párvulos las monjitas del Colegio de La Sagrada Familia, en mi barrio de Nervión. Lo que si recuerdo es que desde muy chico no paraba de leer, que me encantaba mirar los letreros de la calle, de las tiendas, los carteles, etc; mi madre me cuenta que los deletreaba perfectamente y que, como era un micurrio y parecía más pequeño de lo que ya era, mucha gente se quedaba pasmada y no daba crédito.
Me gustaba leer, y leía todo lo que caía en mis manos. Casi seguro que comenzé por aquellos libros de cuentos infantiles con letras grandes que hubo en mi casa, pero de eso no me acuerdo. Si me acuerdo de los tebeos: El TBO; Pulgarcito; Tio ViVo; me los leía de pe a pa. Poco después, El Jabato; El Capitán Trueno, Hazañas Bélicas, Roberto Alcazar y Pedrín. Eran historias con argumento, con diálogos, personajes entrañables y aventuras estupendas. Los coleccionaba (¡que pena perderlos!).
 Empecé con los libros, creo que con unos seis o siete años; mi madre me animaba a leer y siempre hubo lectura en mi casa. No sé si los primeros fueron unos libritos de Bonanza, que alternaba el relato escrito y viñetas ilustradoras. Después pasé a los libros de Salgari, Los Cinco, El Club de los Siete, leía casi un librito de estos al día. Leía casi siempre por las noches, pero también en el retrete, en la bañera, en las horas muertas de estudio... Con Julio Verne llegué al fondo del mar, a la luna, navegué por todos los mares, me subí en globo. Cuando me dí cuenta estaba con Agatha Christie, “Perry Mason”, Conan Doyle y todas aquellas novelas policiacas de la edición antigua con las tapas ilustradas de Editorial El Molino. Por supuesto seguía con Mortadelo y Filemón, Tintin, Asterix, Lucky Luke y otras historietas. Me encantaba El Coyote, de José Mallorquí, teníamos la colección completa original que conserva mi hermano Josemaria.
Los libros juveniles los teníamos a mano en nuestro cuarto de dormir pero en la salita de estar estaba “la biblioteca”, un mueble de estanterías con los libros de mis padres, novelas de adultos del Circulo de Lectores, otros con tapas azules añil o verde, con títulos extraños, letras muy pequeñas y muchísimas páginas. Muchas veces me entretenía mirando y a veces los ojeaba. Un día me decidí y me atrajo el título de un libro “Mientras la ciudad duerme” de Frank Yerby. Este libro me abrió los ojos a otro tipo de lectura, sin salir de mi cama vivía unas aventuras y unas pasiones desbordantes. Terminé con casi todo Frank Yerby en poco tiempo. Después Harold Robbins, “Los Aventureros”, que me gustó tanto que la leí varias veces; “El padrino” de Mario Puzo, varios años antes de la película; Graham Green, Morris West, Robert Traver y su magnifica “Anatomía de un asesinato”, y otros muchas autores “extranjeros”, porque eso era lo que me gustaba entonces.
Creo que no tendría yo más de catorce o quince años, cuando reparé en un librito con las tapas verdes, que por ser de un autor “español” no le había prestado atención. Lo cogí porque no tenía otro, se llamaba “Cien años de soledad” y lo firmaba un tal Gabriel García Marquez, que yo no tenía ni idea quien era. Cuando empecé a leerlo sentí algo extraño, era “diferente” a lo que había leído antes. Esa manera de relatar los acontecimientos, esas palabras tan arcaicas, las frases tan sonoras y rotundas, esa atmosfera irreal pero tan autentica… cuando llevaba casi la mitad, me dí cuanta que estaba leyendo muy rápido, que no lo estaba haciendo bien. Cogí un lápiz, un papel y empecé de nuevo, despacito, dejándome embaucar y trasladándome a vivir a Macondo para vivir de cerca tan fantástica historia. Hice mis apuntes, mi árbol genealógico de los Buendía, tomé partido por unos y por otros, me convencí completamente de que todo aquello era y ha sido siempre real. No miento si digo que es posible que después de leer ese libro quise ser escritor. Todavía lo conservo con algunos apuntes en las contraportadas. A veces lo abro por donde sea y me leo unas cuantas páginas. Gracias a GGM entré por primera vez en una librería. Buscaba más libros de ese señor, los fui leyendo todos intentando llevar un orden cronológico. A partir de entonces creo que me hice adulto.
Me gusta leer, me gusta tener libros, me gusta ordenarlos y mirarlos, no me gusta prestarlos. Me gusta hablar de libros, de escritores, de literatura; no soy ningún experto ni siquiera me considero “entendido” en la materia, pero lo que he leído para mi se queda, forma parte de mi vida y me ha hecho mucho bien. Aconsejo sobre todo a los jóvenes que lean, lo que sea, pero que lean. No hay mejor video-juego que el que uno tiene en su cerebro: la imaginación.
Continuaré.

2 comentarios:

  1. Anónimo4/2/11 13:14

    Cómo se nota que la madre que me parió es tu hermana!!!

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  2. Celso dices que no eres un entendido en la materia....bueno eso debe significar que no eres licenciado en literatura o catedrático(ésta palabra no me gusta nada y no sé porqué) de la lengua,,(sin coñas,,), creo que solo hay que leer asiduamente, releer lo que más te guste o te llegue y procurar estar algo en la cultura. Personalmente para mi es bueno lo que me llega. Otras veces creo que verdaderamente soy una ignorante, una vez en el reina sofía de madrid, ante tanto arte moderno ví una vieja bicicleta oxidada, al lado una papelera sin papeles, le pregunté al segurata si podía tirar mi klinex a la papelera o era una obra de arte....era una obra de arte..

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